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lunes, 19 de abril de 2010

Los demonios de Edwin Valero

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La vida del venezolano terminó tan violentamente como sus victorias en el ring






Por Diego Morilla
ESPNdeportes:com

La vida de Edwin Valero lo llevó a ser campeón mundial y a sufrir un trágico final

Hay señales en la vida de un boxeador que no pueden pasar desapercibidas.

Cuando las causas judiciales se acumulan con la misma facilidad que se suman nocauts a un récord profesional, cuando la cantidad de titulares noticiosos que llevan el nombre de un boxeador se pueden dividir en partes iguales entre las páginas deportivas y las policiales, cuando cada combate futuro tiene por delante mil obstáculos legales (visas denegadas, penas carcelarias pendientes, órdenes judiciales por cumplirse, embargos, daños físicos imprevistos causados por peleas o accidentes ajenos al ring, etc.) y cuando, en definitiva, lo único cierto es la incertidumbre en la vida de un personaje en particular, entonces es cuando las cosas empiezan a girar hacia la parte más negativa, cuando el volante comienza a girar por sí solo hacia la banquina y el descarrilamiento es inminente.

Edwin Valero sabía de eso. Literalmente, había golpeado la banquina en más de una ocasión. Su primer impedimento para la práctica del boxeo fue el descubrimiento de un coágulo en el cerebro producto de un accidente de motocicleta, y uno de sus múltiples problemas legales recientes tuvo que ver con una detención por conducir un vehículo en estado de ebriedad.

Pero los descarrilamientos de Valero no se limitaron a eso.

El venezolano llevaba dentro una intensidad que no podía controlar. Su estilo boxístico lo atestigua. Valero no podía solamente dedicarse a vencer a sus rivales. Tenía que apabullarlos, atacarlos con golpes cargados de urgencia y poder desde todos los ángulos, descuidando su defensa (siempre con los brazos bajos y la boca peligrosamente abierta, dando gritos estentóreos tras cada golpe) y lanzado como un tren sin freno hacia el nocaut. Sus ojos desorbitados y su rostro casi desencajado durante sus ataques eran testigos de ese frenesí que fue el motor de sus éxitos y el combustible de sus fracasos y, en última instancia, de su tragedia y su zozobra.

Su carrera fue inusitadamente vertiginosa. Tras habérsele negado la licencia para boxear en los Estados Unidos luego de haber acumulado once nocauts en el primer asalto como profesional y tras una excelente carrera amateur, Valero se transformó en un número circense itinerante, y todo el mundo se disputaba la oportunidad de ver a este fenómeno peleando en vivo. Desfiló por los cuadriláteros de Panamá, Japón, Francia, México y Argentina, poniendo su ataque desbocado desde la guardia zurda al servicio de un solo objetivo: la destrucción de su rival, y la intención de dejar grabada en la mente de sus fanáticos (que se multiplicaban en cada pelea) una sola pregunta: ¿Cuándo podemos verlo de nuevo?

Y ver a Valero no era fácil. Pronto se transformaría en el primer boxeador de culto de la era de la Internet. Los comentarios sobre un boxeador que tenía prohibido pelear en Las Vegas o New York pero que noqueaba a un rival tras otro sin fallar pronto recorrió todos los nacientes foros y salas de charla del boxeo, y los sitios de internet que transmitían sus peleas en vivo pronto se verían abarrotados en cada presentación de Valero, en números que aún hoy (cuando este fenómeno ya está ampliamente establecido) causan sorpresa. No era raro ver 20.000 personas conectadas viendo sus peleas en los hoy populares sitios de transmisión televisiva ilegal en la web. Y el rumor se acrecentaba y seguía, casi al mismo paso que llevaban sus problemas legales.

Mientras tanto, Valero no dejaba de acumular éxitos. Se coronó campeón de peso ligero de la AMB ante Vicente Mosquera con un nocaut técnico en el décimo asalto en su pelea número 20. En sus 19 peleas previas, Valero había cumplido con menos de 20 asaltos de acción. Tuvo un récord mundial con 18 nocauts seguidos en el primer asalto hasta que Tyrone Brunson se lo quitó en marzo del 2008), y su combate número 19 marcó la primera vez en que Valero oyó la campana más de una vez durante toda su carrera profesional hasta el momento, logrando un nocaut en el segundo asalto. Así de urgente era el estilo del Inca de Mérida, que luego reemplazaría su apodo por un mote reconocible en cualquier idioma sin necesidad de traducción: Dinamita.

En ese momento, su potencial era enorme, y todo hacía presagiar una carrera auténticamente extraordinaria. Su estilo lo tenía todo: vistosidad, potencia, velocidad, una pegada adormecedora, y el componente de controversia en su historia personal que le otorgaba un aura muy particular.

Esa controversia era aún más marcada ante la opinión pública de su país, en el que era visto con una mezcla de admiración por sus logros deportivos y recelo por su inclinación a conductas poco edificantes (alcoholismo, irresponsabilidad como conductor de vehículos, disputas callejeras, y en última instancia, violencia doméstica) a lo que se suma además un importante componente político.

Valero era un ferviente simpatizante de las políticas del presidente Hugo Chávez, habiendo llegado al extremo de tatuarse una bandera venezolana con el rostro del polémico comandante sobre su pecho. Y esa controversia lo persigue aún después de su muerte: apenas horas de la celebración del segundo centenario de la República de Venezuela, la noticia del suicidio de Valero ha causado más conmoción de lo habitual en su tierra, que se divide hoy entre quienes lamentan la desaparición de un atleta extraordinario y quienes usan (quizás abandonando la mesura y la objetividad que le reclaman a sus contrincantes) esta noticia para atacar al controvertido proyecto bolivariano del ex militar a cargo del poder ejecutivo, a quien acusan de apañar a Valero aún a sabiendas de sus inclinaciones violentas. En ese frente, la polémica recién empieza, y ambos bandos prometen una lucha sin cuartel en el análisis de la figura del malogrado campeón.

Pero otra de las controversias (esta vez, de carácter universal) que seguramente generará este terrible y triste episodio deberá ser la relación de los boxeadores con sus mujeres. Si bien es cierto que nada indique (desde el frío punto de vista estadístico) que porcentualmente haya más abusadores y golpeadores de mujeres entre los boxeadores que entre el resto de la población, también es cierto que lo recurrente del problema merece una reflexión. Carlos Monzón, Tony Ayala, Mike Tyson, Eric Morel, Diego Corrales, Paul Spadafora, Ike Ibeabuchi, y hasta Arturo Gatti (quien a pesar de entrar en esta lista en calidad de supuesta víctima también es parte de este círculo de violencia doméstica o de género) son solamente los casos más resonantes y trágicos de boxeadores que nunca se preocuparon (ni al parecer recibieron ayuda profesional) por encontrar métodos de resolver conflictos con sus mujeres que no fuesen iguales o similares a los métodos que usaban para dirimir conflictos sobre un cuadrilátero.

A ellos, sus demonios los llevaron a cometer transgresiones que suspendieron, concluyeron o mancharon para siempre sus carreras y sus posteridades. El caso de Valero es un episodio más en el que un joven ambicioso y talentoso recibe un tropel de consejos y hasta órdenes sobre cómo desempeñarse mejor en el ring, cómo ganar cada día más dinero y cómo gastarlo, pero no lecciones de vida.

Sin querer soslayar ninguna de sus aristas polémicas, y sin privarnos de volcar sobre Valero (aún a pesar de que no está aquí para defenderse) toda la reprobación que se pueda merecer por lo aberrante de su conducta, nos permitimos lamentar la pérdida, para el mundo del boxeo, de un campeón extraordinario y único, con un potencial que siempre será motivo de conjeturas. Rodeado de púgiles extraordinarios (en lo boxístico y en lo potencialmente rentable) tanto en el peso ligero como en el peso welter, Valero tenía una enorme posibilidad de haber dado extraordinariamente atractivos combates ante boxeadores como Floyd Mayweather, Shane Mosley, Antonio Margarito, Marcos Maidana, Miguel Cotto y hasta el mismo Manny Pacquiao (una pelea que tenía desvelados a cientos de miles de fanáticos) con posibilidades ciertas de imponerse en la mayoría de ellos y cimentar un sitial de leyenda para su nombre y su legado.

Por esto, y por muchas cosas más, su nombre, devaluado para siempre por su inexcusable crimen (por partida doble) llevará de ahora en más un signo de interrogación al final de su biografía.

Diego Morilla es periodista y columnista de boxeo desde 1992. Ha realizado entrevistas, análisis y coberturas de peleas por títulos mundiales para medios especializados (Latino Boxing, MaxBoxing.com, Lo Mejor del Boxeo, PSN.com, etc.) y periódicos (El Mundo, Primera Hora, El Vocero, etc.) en EEUU, Puerto Rico y Argentina. Actualmente es editor, redactor y traductor de ESPNdeportes.com.

1 comentario:

Juan Bautista Ruiz Hernández dijo...

El asesinato de Jennifer Carolina era una muerte anunciada
Por: Marisol Rodríguez
Fecha de publicación: 18/04/10

Esto le sugería a la Licenciada Marisol, ayer, antes del fatal desenlace, relacionado con su artículo

de Juan Bautista Ruiz Hernández
para rodmary66@gmail.com
fecha 19 de abril de 2010 03:19
asunto El asesinato de Jennifer Carolina era una muerte anunciada
enviado por gmail.com

ocultar detalles 03:19 (hace 18 horas)


Reciba Usted un saludo cordial Licenciada Marisol.

Cuando Usted haga las siguientes correcciónes a su acertado artículo yo estaré totalmente de acuerdo con sus opiniones relacionadas con esta triste tragedia, usted escribe " Tan responsables de la muerte de Jeniffer Carolina Vieira de Valero son ..." El Tan debe debe ser cambiado por MAS.

Usted escribe " Mientras tanto, exigimos todo el peso de la ley, la humana y la Divina, contra Edwin Valero, porque tronchó el futuro ... "

Injustificable lo que hizo, pero es que las personas con problemas mentales, sin control. hacen esas cosas, pero los que si tienen control mental y deben velar por estas personas, esas no tienen perdón ni humano ni divino.

Que Dios la bendiga y guarde.