Ibsen Martínez / @ibsenmartinez
El frenesí confiscatorio que se apoderó de Hugo Chávez durante los años de precios altos del crudo que siguieron inmediatamente a las más sonadas y claras victorias del caudillo llanero sobre sus adversarios buscaba quebrar el espinazo de toda iniciativa privada, etapa previa al predominio total del Estado sobre la economía. Antes de proseguir, y en obsequio del lector no venezolano, me detendré en esa palabra, pelabolas, porque es mucho lo que ella entraña. Significa, esencialmente, lo mismo que descamisado en la parla protoperonista de los años cuarenta. Pero la envuelve un matiz caribeño: un pelabolas es no solo un pobretón, un excluido, como se estila ahora decir. Un pelabolas es también un mendigo desvergonzado y a menudo estentóreo: un lambucio, versión venezolana de lo que en Colombia llamarían lambón, voz esta que no debe confundirse con lambiscón, y que interpreta cabalmente uno de los muchos significados y sentidos que encierra pelabolas: un servil comedor de sobras, pero contento de su suerte. De esa materia está hecha eso que un politólogo llamaría “la base social del chavismo-madurismo”. CLIC AQUI para seguir leyendo...
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