MIGUEL BAHACHILLE M. | EL UNIVERSAL
La cultura democrática privativa en países con sistemas de gobierno instituidos en la representatividad, conlleva al reconocimiento tácito o franco de los seleccionados en libres elecciones así sea por exigua diferencia. En la elección presidencial ese principio se hace más relevante porque implica la tutela de la jefatura del Estado con todas sus implicaciones. Cuando el elegido entiende el alcance de su débito republicano se esmera por conciliar con todos los sectores a fin de garantizar la estabilidad política y social, incluso con los discrepantes, ya sea por convivencia cívica o por conveniencia política. Así ocurre en países hasta con menos tradición democrática que el nuestro. En Venezuela ocurre todo lo contrario. El Presidente deja ver, casi a diario, a través de alocuciones cercadas por su ideología, que no se siente Presidente de 30 millones de venezolanos sino del grupo revolucionario que lo apoya (20% según Datanálisis e IVAD). El resto, el 80%, por contrario, es abiertamente ofendido, agraviado, descalificado y, en algunos casos, hasta enjuiciado. Incluso la oposición legítima, componente indispensable de todo ámbito liberal, es tildada con frecuencia de "apátrida". CLIC AQUI para seguir leyendo...
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