Por Luis Vicente León | El Universal
Comenzaba a escribir mi artículo cuando, en uno de esos chats que me enloquecen a diario, recibí el video donde al final se ve al niño muerto. Los gritos de quienes grababan el video eran desgarradores: ¿Qué hace ahí? Y a los segundos: “Lo mataron, lo mataron”. Trato de ser objetivo en todos los aspectos de mi vida. No es algo que siempre logro. Es quizás la parte más difícil de lo que hago. Pero esa noche se me encendió la rabia, la frustración y la ira, sin saber cuál más grande, más triste o más dolorosa. Y no eran los gritos, ni las acusaciones ni el ping pong de responsabilidades, porque en ese mismo momento todo era irrelevante para mí. Sólo una cosa llenaba mi mente: el niño muerto. No importa cuántos muertos haya y cómo algunos se desensibilicen sobre esas muertes. La muerte, y en especial la de un niño, de un sute de diecisiete, es una desgracia, un desastre, una tragedia y no puedo entender cómo alguien no lo siente así o lo ve como un evento frío, normal en una lucha o una guerra. Nunca lo ven así los padres del niño muerto, quizás eso explica porqué tantos padres y madres de Venezuela tampoco podemos. CLIC AQUI para seguir leyendo...
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